lunes, 12 de abril de 2010

LAS BODAS DE ORO

Las Bodas de Oro

1980 se convierte en un año Jubilar. Es el año en que la madre Inés celebrará el 12 de Diciembre sus cincuenta años de consagración religiosa. Sus bodas de oro son motivo de festividades, pero sobre todo de acciones de gracias. ¡Cuántos frutos espirituales y materiales! ¡Cuántas satisfacciones y beneficios! Pero también ¡Cuántas humillaciones, sufrimientos y dificultades ha tenido que soportar y enfrentar esta religiosa ejemplar! La comunidad de misioneras clarisas en cada rinconcito donde se encuentra, hace planes para conmemorar este acontecimiento tan esperado.

Sin embargo, esos planes no llegan a realizarse como es su deseo. La madre Inés empieza el largo camino del calvario físico; un camino de dolor y de enfermedad que la llevarán tarde o temprano, a la muerte. Diez años antes había sufrido una terrible caída en la azotea del noviciado, en Cuernavaca y en consecuencia, su cuerpo del lado izquierdo sufre una desviación que empieza ya a cobrar los daños.

A pesar de que los dolores en la rodilla, brazo y hombro le hacen difícil caminar y sobre todo viajar, decide visitar a sus hijas en Irlanda, España, México, California, Japón e Indonesia, porque presiente que el ocaso está cerca.

Luchita y los hijos de Alma
En mayo llega a Dublín junto con la madre vicaria, Teresa Botello. Durante su feliz estancia en la residencia de estudiantes, ocurre un detalle curioso: una mañana muy temprano, la madre vicaria recibe la noticia de la muerte de Luchita, la hermana de sangre de la fundadora. Cuando la madre vicaria se dirige a la habitación de su superiora, y mientras piensa la manera de comunicarle tan triste recado, se da cuenta de que se oyen ruidos en el cuarto y se dispone a pasar. La madre Inés voltea a verla y le pregunta si alguien ha entrado antes que ella y le ha tocado en el hombro. La madre vicaria le responde que nadie y es entonces que la superiora le explica que su hermana Luchita le ha dicho: “-Manuelita, ándale.” La madre vicaria, sorprendida le dice que precisamente ella entraba a avisarle de la muerte de su hermana en México. Aquella visión es interpretada por la religiosa como un aviso de su ya difunta hermana, para prepararla a la etapa final de su vida.

Última visita
Después de pasar por España, llega a Cuernavaca con dirección a la Casa Madre donde tanto religiosas, novicias, postulantes y hasta el fiel profesor de canto, hacen valla con un enorme ramo de rosas para darle la bienvenida. El primer deseo de la Madre es pasar a la capilla, y frente al altar agradecer a Dios el permitirle de nuevo regresar a esa su primera casa, por la que siente un amor muy especial. Mientras tanto todas sus hijas cantan a coro un Te Deum en acción de gracias.


Lupita y José María
Durante el tiempo que permanece en la ciudad de la eterna primavera, se le organiza una solemne misa para celebrar sus bodas de oro. Ella, anticipadamente les señala su deseo de que cualquier festejo se haga de la manera más austera. Todos respetan su voluntad y preparan una ceremonia en la intimidad y con suma sencillez. Esto de ninguna manera le resta brillantez, ni mucho menos emoción. Asisten tan sólo algunos familiares pero en un lugar de honor el matrimonio de Don José María y la Sra. Lupita, la hermana de sangre de la superiora general. Ellos, a su vez, celebran cincuenta años de matrimonio. La Madre Inés pide que en el ofertorio se cante “Acepta Señor, la ofrenda de mi vida” y en el momento de la comunión, a la vista de toda la asamblea, renueva una vez más su consagración. Después de que se reparte la Sagrada Eucaristía, el sacerdote entrega a Don José María y a su esposa, el título honorífico de Caballero de San Silvestre, enviado por el Santo Padre. De esta manera la Iglesia les da el reconocimiento de Bienhechores Insignes, a esta pareja, que con una generosidad ilimitada, apoyó siempre la obra de la Congregación de Misioneras Clarisas.

Antes de partir a California, la Madre Inés deseaba visitar las casas de Guadalajara y Arandas. Desgraciadamente en la capital tapatía sufre una seria caída al tropezar con un tapete, que viene a afectar todavía más su quebrantada salud. No obstante, pide a pesar de todo, visitar la casa de Arandas, pues debido a dos fuertes trombas, el lugar había sufrido considerables daños y muchas familias habían quedado en condiciones lamentables.

Con la ayuda de quiroprácticos y medicamentos, la Madre Inés hace esfuerzos admirables para continuar visitando a sus hijas en ésta que consideraba su última salida de Roma.

última visita a EUA
Ya en California se le hacen nuevos estudios y un especialista empieza a hacerse cargo de su tratamiento. El médico se queda maravillado de la resistencia y del buen humor de la religiosa, pues sabe que los dolores que se derivan de la desviación de columna vertebral que padece, llegar a ser insoportables. Sin fuertes drogas, la madre debía estar quejándose a gritos; sin embargo no pasaba de reflejar algunos rictus de dolor en su rostro y presentar una respiración fatigosa. Para ella el sufrimiento tanto físico como moral, es una oportunidad enorme de ofrendar al Señor.

Cincuenta años antes, Manuelita de Jesús se había trasladado a California como seglar, huyendo de los peligros que corrían todos los católicos consagrados. Después de cinco décadas, una mujer ya anciana y enferma, llega disimulando con una sonrisa, los estragos de una enfermedad que empieza a consumirla.

¡Cuántos planes para celebrar en el corazón de Los Ángeles, en aquella humilde iglesia de San Toribio, los enormes frutos de la misionera incansable! Pero todo tiene que ser lo más senillo posible, debido a las condiciones físicas de la superiora. La Madre Inés aprovecha su última estancia en los Estados Unidos para exhortar a sus hijas a vivir en la esperanza, y a superar los tiempos difíciles a través de tres actitudes fundamentales: la oración, la cruz y la caridad fraterna.

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