jueves, 4 de marzo de 2010

MADRE INÉS. Segundo Capítulo General

Biografía Madre Inés Teresa Arias

Segundo Capítulo General

Madre Inés en EEUU
Para el segundo Capítulo General de elecciones en 1973, la Madre Inés había tenido tiempo de reflexionar seriamente sobre su situación como Superiora. A punto de cumplir setenta años de edad, se considera incompetente para dirigir una congregación que a pesar de sus crisis, sigue creciendo, y llega a rincones alejados, tanto del oriente como del occidente. Siendo casi una anciana le parece difícil aprender idiomas para poder comunicarse con sus nuevas hijas de países tan alejados. El ritmo de trabajo que exige su posición es cada vez más acelerado y su salud no parece resistirlo.

La Reverenda Madre ha tenido tiempo además, de reflexionar sobre ciertas situaciones que le preocupan y sobre las que no sabe a ciencia cierta, hasta dónde exigir o permitir. Desde novicia ella había aprendido y aceptado cada una de las implicaciones sobre la fidelidad a la obediencia. Tenía muy claro que este voto, al igual que los otros dos, debía respetarse sin la más mínima justificación o reclamo. Su preocupación se debía a que se daba cuenta directa o indirectamente, que algunas de sus jóvenes religiosas pasaban por alto su voto. Para la madre Inés resultaba muy doloroso saber que en ocasiones, algunas hermanas actuaban conforme a su gusto o necesidad. Tampoco podía ignorar que otras hermanas fallaban o traicionaban el voto de pobreza. Parecía como si el sacrificio de ciertas comodidades materiales, pasara a un segundo término. Aunque la Reverenda Madre deja todo esto en manos de Dios, se siente responsable de estas fallas y pese a toda su buena voluntad se culpa de no haber sabido enseñar a esas hijas el camino de la santidad.

Sus convicciones son muy claras: de ninguna manera puede permitir que la búsqueda de la perfección decaiga en la comunidad. Sabe que hay hermanas más jóvenes y mejor preparadas que ella para actuar en situaciones tan delicadas. En ese momento de su vida está segura de que entre sus hijas habrá quien pueda tomar las riendas del Instituto con más energía e inteligencia.

En junio de ese año escribe una carta a las superioras y delegadas regionales, y en tono suplicante les exhorta a elegir a otra hermana que pueda guiar a la Congregación de acuerdo a los lineamientos y al carisma de las Constituciones. Les habla de su deseo de dedicarse de tiempo completo a la oración, en el silencio y en la soledad del retiro.

La voluntad de Dios se manifiesta de manera muy clara. El día señalado para las elecciones, después de presidir con mucha devoción el rezo del Veni Creator, se realiza la votación. El resultado es definitivo y las capitulares caen de rodillas ante la sorpresa: todas, absolutamente todas, desean que su madre María Inés continúe conduciendo los destinos de la Congregación. No pueden negar lo difícil que le resultará a su fundadora seguir al frente; pero saben que ella representa el carisma misionero que tanto las anima.

Ante aquella efusiva manifestación, donde todas derraman lágrimas de emoción, la menuda figura de la reelecta Superiora Genera, se pone de pie y les pregunta con una tranquilidad asombrosa: “¿Por qué lloran, no hay razón para ello; se ha manifestado la voluntad de Dios, ¡ Bendito Sea ! “ Con la ejemplar entrega y obediencia que la caracterizaba, se dedica a consolar cariñosamente a cada una de sus hijas. Aunque ella se había desprendido desde hacía mucho tiempo de su cargo, de nuevo pronuncia con gozo su fiat.

Ni los achaques propios de la edad, ni el cansancio, pueden detener su labor como evangelizadora. Era necesario visitar cada uno de los campos de misión a pesar de las distancias, para continuar velando por el desarrollo espiritual y material de cada uno de ellos. No puede descuidar tampoco la promoción vocacional y la atención personal a sus hijas, a través de cartas, o entrevistas.

Los viajes, en la mayoría de los casos, se convierten en verdaderas aventuras: rutas aéreas agotadoras, por aprovechar los boletos de más bajo precio, largas horas en tren y camioneta para llegar a poblaciones alejadas, sin posibilidad de recuperarse de las fatigas del viaje por tratarse de lugares con pocas comodidades. Peligrosos viajes en barco, donde el mal tiempo amenaza con naufragar, son descritos en crónicas, con la amenidad y la alegría de una mujer que ante todo se abandona a los designios de la Divina Providencia.

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