miércoles, 10 de junio de 2009

Calendario Paulino, con Pensamientos de SS Benedicto XVI



En este mes se concluye el Año de San Pablo.

Cuantas alegrías y cuantos dolores vivió el Apóstol por llevar el Evangelio....


Nos podemos preguntar al concluir este Año Paulino cuanto corrimos, luchamos, proclamamos y gozamos llevando la Buena Noticia de Jesús a nuestros lugares de trabajo, nuestro ambiente, nuestra familia

JUNIO 2009


Quien ha leído los escritos de san Pablo sabe bien que él no se preocupa de narrar los hechos sobre los que se articula la vida de Jesús, aunque podemos pensar que en sus catequesis contaba mucho más sobre el Jesús prepascual de cuanto escribía en sus cartas, que son amonestaciones en situaciones concretas. Su tarea pastoral y teológica estaba tan dirigida a la edificación de las nacientes comunidades, que era espontáneo en él concentrar todo en el anuncio de Jesucristo como “Señor”, vivo ahora y presente en medio de los suyos. De ahí la esencialidad característica de la cristología paulina, que desarrolla las profundidades del misterio con una preocupación constante y precisa: anunciar, ciertamente, a Jesús, su enseñanza, pero anunciar sobre todo la realidad central de su muerte y resurrección, como culmen de su existencia terrena y raíz del desarrollo sucesivo de toda la fe cristiana, de toda la realidad de la Iglesia. Para el Apóstol, la resurrección no es un acontecimiento en sí mismo, separado de la muerte: el Resucitado es el mismo que fue crucificado. También como Resucitado lleva sus heridas: la pasión está presente en Él y se puede decir con Pascal que Él está sufriendo hasta el fin del mundo, aún siendo el Resucitado y viviendo con nosotros y para nosotros. Esta identidad del Resucitado con el Cristo crucificado, Pablo la había entendido en el camino de Damasco: en ese momento se reveló con claridad que el Crucificado es el Resucitado y el Resucitado es el Crucificado, que dice a Pablo: “¿Por qué me persigues?” (Hch 9,4). Pablo estaba persiguiendo a Cristo en la Iglesia y entonces entendió que la cruz es “una maldición de Dios” (Dt 21,23), pero sacrificio para nuestra redención.

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